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Foto del escritorGonzalo Visedo

Arcane: La serie que nadie esperaba y todos necesitábamos.

Actualizado: 18 dic 2024

“Wherever you are, light it up. And I’ll find you

(Episodio 6, temporada 1 de Arcane)



En principio, jamás habría visto una serie como Arcane. No soy un seriéfilo empedernido, menos aún de las producciones de Netflix. Menos aún basada en un video juego muy popular que consiste en combates multijugador. Y en general no devoro series como si fuera un adicto al Shimmer (guiño a Arcane), de hecho, se me suelen atragantar a los dos episodios. La mayoría me parecen hipervitaminadas, infladas como pollos que asamos los domingos, especialmente las norteamericanas. Este año, salvo Mi reno de peluche (británica) y algunos momentos de The Bear, para mí lo mejor ha sido español: Poquita fe, La Mesías y Querer. Aún tengo pendientes Celeste y lo nuevo de Sorogoyen, que parece prometen. Pero claro, luego llegó Arcane. Ay, Arcane, ¿qué has hecho conmigo? Seguramente, tras lo que voy a escribir, aquellos que traten de ver esta serie, no le guste, y lean mi opinión, les aguantaré el ninguneo displicente y pensarán que me he vuelto loco. Habrá que aguantarlo, además, el mundo de los cuerdos y la gente de bien, ya no son para mí.


Resulta que esta serie de animación es francesa (¡gracias, Fortiche!), aunque en coproducción con los gringos. Sus creadores, Christian Linke y Alex Yee, son norteamericanos, pero el primero trabaja para Riot Games, los responsables de League of Legends, el videojuego más famoso del mundo, en el que se basa la serie. Curiosamente, ninguno de los dos tenía experiencia previa en el audiovisual: ambos eran desarrolladores, es decir, vivían jugando al LoL (las conocidas siglas del juego). Además, Linke era músico. Y, aun así, estos novatos han creado, al menos para mí, la ficción más devastadora que he visto en años.


Todos tenemos un listado de series favoritas. Cuando hablo de Los Soprano, The Wire, Galáctica (la moderna),Leftovers, Breaking Bad, Juego de Tronos (especialmente sus inicios), Lost, La Mesías o Better Call Saul —la última que me dejó un poso muy profundo—, no digo que no haya otras series buenas, pero estas, por una razón u otra, se han quedado conmigo para siempre. En el cine el listado es demasiado extenso, pero esa es otra historia, que diría Kipling. Ahora en esta corta lista se abre paso a codazos esta serie de animación francesa, alejada del Hollywood decadente.


Lo que más me ha tocado, sin embargo, no es su impresionante factura técnica, sino su narrativa. Porque la historia, y cómo está contada, es lo que voy a comentar en este texto, el único motivo por el que escribo, por lo que me muevo en el mundo. Las historias son la única religión que venero y respeto. Arcane me ha impactado tanto como lo hizo en su día La tumba de las luciérnagas, la obra maestra de animación de Isao Takahata que retrataba la tragedia de dos hermanos tras el bombardeo estadounidense de una ciudad japonesa durante la II Guerra Mundial. Porque Arcane… es, en esencia, la historia de dos hermanas: Vi y Powder/Jinx, siendo esta última ya un personaje destinado a perdurar en la memoria colectiva.


Todo comenzó cuando Christian Linke, jugando un día a League of Legends, donde los personajes combatían entre ellos de múltiples formas posibles, siempre en el mismo mapa y en el mismo entorno, se empezó a preguntar dónde vivirían después de terminar la lucha ¿Qué comerían? ¿Cómo sería su día a día?... ¿Cómo son sus familias? Y de preguntas sencillas, cotidianas, humanas en definitiva, es de donde surge la magia, no arcana, sino creativa. Así de simple, así de complejo, así de fascinante es contar una historia desde que el hombre, tumbado en un cueva del paleolítico, se dio cuenta de que si pintaba en las irregularidades del techo, al movimiento de las brasas de la hoguera, parecía que cobraban vida. En YouTube pueden encontrar un documental de hace tres años (Arcane: La fusión de la Grieta), dividido en cinco partes, donde se cuenta todo el complejísimo proceso de seis años por el que tuvieron que pasar para sacar adelante algo en lo que nadie creía, y que ahora se ha convertido en un milagro audiovisual. Eso si les gusta, claro.


Como toda gran tragedia, Arcane comienza con una guerra, o mejor, sus consecuencias. En una escena de caos, humo y muerte, en un puente, clave en la serie, que separa las ciudades de Piltover y Zaun. En medio de tanta desolación, una voz femenina canta fuera de campo, una melodía cuyo significado no cobrará sentido hasta más adelante. La música, incluidas unas extraordinarias canciones, fue creada exclusivamente para la serie durante los seis años de trabajo. Al mismo tiempo que la producción. Es una pieza fundamental que intensifica la atmósfera de la historia. Incluyeron a un virtuoso violinista de fama mundial que toca el Stradivarius más caro del mundo. Todos estos músicos aportan una capa emocional profunda a la narración.


Piltover es la ciudad próspera, burguesa y luminosa, es una suerte de París del siglo XIX. Justo debajo de ella está Zaun, su ciudad hermana, que representa todo lo contrario: el horror, la miseria, la delincuencia, las adicciones, la violencia. Una especie de Blade Runner, con claras referencias al steampunk. Arcane no disimula su mensaje: está hablando de nuestro mundo y de las desigualdades presentes en tantas ciudades actuales.


Como decía, en ese puente, los miserables —a lo Víctor Hugo— han sido derrotados. Entre el humo, dos hermanas buscan a sus padres. Vi, la adolescente de cabello rojo, guía a Powder, la hermana pequeña de pelo azul que se cubre los ojos con una mano, evitando ser testigo de la masacre que la rodea. Es frágil, miedosa, y aunque al principio parece solo una niña perdida, pronto descubriremos que, en medio de un entramado de complejas tramas, ella será el núcleo de la historia… ¡y qué historia! Juntas encuentran a Vander, una mole humana que mata a un soldado con sus propios puños. Con una mirada de Vander, las hermanas descubren los cuerpos sin vida de sus padres, especialmente el de la madre. Vi se derrumba en llanto; Powder destapa sus ojos y, al ver a sus padres, también rompe a llorar, pero se aferra a su hermana. Vander, que parece conocer a los padres de las niñas, deja atrás su brutalidad y se convierte en su protector, adoptándolas como hijas. Y todo esto sin un solo diálogo. Así comienza Arcane: una tragedia épica que aborda temas como el amor paternofilial, las familias rotas y las relaciones entre hermanos —recuerdo pocas historias tan conmovedoras, tal vez Rocco y sus hermanos de Luchino Visconti—. Pero también profundiza en la desigualdad de clases, el uso del poder, la ciencia, la magia, la violencia, y en una de sus tramas, hasta se adentra en la filosofía existencial. Pero, por encima de todo, Arcane es una historia sobre el trauma.


No recuerdo un personaje como Jinx. No hay nadie que haya sufrido tanto como ella, lo que no le impide convertirse en carismática, caótica, violenta, asesina, cínica, desvalida, creativa, provocadora… Jinx está traumatizada y herida en lo más profundo de su ser. Todos somos Jinx; todos deseamos ser reconocidos y queridos, más por nuestras familias, y eso muchas veces, no pasa. Puede recordar al Joker trágico de de Todd Phillips o al Joker agente del caos que bordó Heath Ledger en El caballero oscuro de Nolan. Es cierto que hay ecos de Harley Quinn, pero Jinx va mucho más allá del caos y la anarquía. Por momentos, se acerca a figuras universales de la tragedia y el folletín, como si hubiera salido de la pluma de Tolstói o Dickens.


El resto de los personajes también tienen trasfondos profundos, con mil aristas. En Arcane no hay buenos ni malos, solo un arte impecable en la construcción de personajes. Silco, el supuesto villano, es el Tony Soprano de Zaun, con una motivación de justicia social que, al final, hace comprensibles sus acciones malignas. Y luego está Víktor, el científico, también proveniente de Zaun, de la miseria, un personaje que Mary Shelley habría acogido como una madre. Es una especie de mesías tecnológico que busca erradicar las imperfecciones humanas. Otra tragedia andante.


Narrativamente la serie está estructurada en tres actos con tres episodios en cada uno de ellos, a lo largo de sus dos temporadas de nueve cada una. Los giros argumentales que marcan el paso de un acto a otro son devastadores, te golpean donde más duele. También hay acción, muchas peleas, pero aquí nunca se dan puntadas sin hilo. No estamos en una de Marvel o John Wick: cada puñetazo o muerte violenta tiene un sentido dramático, y cada movimiento animado es un cuadro digno de estar en un museo. No exagero: detengan los frames, observen el color, la composición, el uso del 3D combinado con el 2D, la planificación, el montaje, que es una barbaridad. De todas las peleas, pocas son tan memorables como la de Jinx contra Ekko (otro personaje clave, amigo de la infancia de Jinx) del episodio seis de la primera temporada, una brutal confrontación en la que, sin recurrir al flashback, se narra el pasado de ambos personajes. Es una de las mejores escenas cinematográficas que recuerde de estos años. En el documental de 2021, del que ya hablé, se cuenta cómo el animador encargado de la escena se inspiró en los movimientos de su hijo pequeño corriendo y jugando en el parque para crear esta monumental secuencia. Eso, amigos, en el mundo de la creación, se llama verdad.


La puesta en escena, la dirección, los planos, esos primerísimos primeros planos, esos ojos de pupilas irregulares, esa gestualización animada que lo dice todo si decir una sola palabra, el uso del montaje en paralelo, los cenitales, la cámara lenta, los planos contrapicados, movimientos de cámara de todo tipo, y de pronto un plano general que lo cuenta todo. Ves a Kubrick ¿Ese plano es de Ozú?, incluso Tarkovski y su Stalker (episodio siete, temporada dos) asoman la cabeza, también Scorsese (esto dicho por los dos directores), incluso hay una escena pavorosa en una cena de la primera temporada que firmaría cualquier director de terror elevado de nuestros tiempos.


La primera temporada es prodigiosa, una obra de arte compuesta por nueve episodios. La vi de nuevo antes de comenzar la segunda, y al recordar las tramas, me impactó lo que vi y que no había descubierto tres años atrás. “Antes era ciego y ahora veo”. Juan 9:25. Miguel Ángel diría que es perfecta, como su David. De ella hay mil instantes, todos emocionales y duros, pero uno me caló hondo: el momento de Jinx con la antorcha que le dio su hermana cuando eran niñas, y que encabeza este texto. Acompañada de una canción sobrecogedora (todas las letras de las canciones se vinculan con las tramas), esa imagen de Jinx alzando la luz en medio de la oscuridad, con los fantasmas de su pasado aferrados a ella, se ha convertido, desde mi parecer, en un hito de la ficción televisiva, resumiendo a la perfección el alma de Arcane.


La segunda temporada, que Netflix emite ahora, no se queda atrás. Quizás no supere a la primera, quizás el final pueda ser discutido (aunque yo lo comprendo), pero es una barbaridad técnica y de puesta escena, de nuevo cuadros pictóricos en cada frame. Hay momentos imborrables durante esta temporada final. El episodio siete, en particular, introduce lo que nadie esperaba entre tanta violencia y desolación, una hermosa historia de amor imposible, con ese momento del baile… Hay otra historia de amor, de la que hubo retazos en la primera temporada, y que continua en la segunda. Ese es un romance arriesgado, de esos que incomoda a los moralistas e inquisidores cristianos de turno. Quizás en este aspecto la serie pudo arriesgar más para desligarse del Hollywood actual, pero eso es meterse ya en berenjenales complicados dentro del mundo mainstream.


En fin, no sé qué más puedo decir. No sé qué están haciendo con sus vidas, aunque sinceramente, me importa un huevo. Solo puedo decir que dejen sus prejuicios a un lado. Sé que son "dibujos", pero ¡qué dibujos! Sé que viene de un videojuego, pero Arcane es cualquier cosa menos infantil. Ni siquiera Pixar, y esto son palabras mayores, ha sido tan atrevida al llevar el impacto emocional a estos extremos. Ni siquiera The Last of Us —una buena serie, también basada en un vídeo juego, con grandes momentos— puede competir con Arcane. Les guste o no la serie, les decepcione o les perturbe, como ha sido mi caso, esta película de diecinueve partes no la ven venir. Lo previsible no va con ella. Por mucho que traten de intuir qué va a ocurrir a continuación, no hay forma de adelantarse. Así que esta no es una serie para listillos ni cuñados tan de nuestro tiempo que lo saben todo.


Arcane no es solo entretenimiento. Es una experiencia. Es un golpe al corazón que hace cuestionarse tantas cosas. Es una lección de vida que te llevas durante días, pensando en todos esos personajes y qué será de ellos en el futuro. Esto solo lo consiguen obras de gran calado dramático. Hay muchas series, algunas buenas, otras magistrales, pero creo que Arcane trasciende a todas ellas. Y cuando termines de verla espero, no a que caigas del caballo como yo —al fin y al cabo esto no deja de ser negocio y un producto más de una plataforma multimillonaria—, pero sí a que toque algo en tu interior, algo que perdure para siempre.





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