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  • Foto del escritorGonzalo Visedo

Juegos (2ª parte)

El día D era una batalla de unas proporciones inimaginables para los recursos de los dos chicos. Se requerían, según los cálculos de ambos, más de 1000 soldaditos, cifra que no llegaban a tener entre ambos, muchas maquetas y, sobre todo, un espacio grande donde reproducir las playas y los lugares de aterrizaje de los paracaidistas que se lanzaron a la oscuridad de aquella terrible madrugada del 6 de junio de 1944.


Resignados, se propusieron realizar la otra gran batalla que poblaba sus mentes: Waterloo. Para ello necesitaban también muchos soldados, pero entre los dos disponían de un buen número, y, además, el espacio a usar no tenía que ser tan grande como el que necesitaba emular las playas normandas. Además, el abuelo del listillo ayudó económicamente a su nieto para conseguir reforzar la caballería francesa, aquella que cargó contra los cuadros de infantería escocesa, y que fue el momento clave de la batalla. La imagen de poder jugar esa carga, ponía los dientes largos a los dos chavales.


El listillo propuso jugar en el patio interior de su casa. Al ser un primero disponían del espacio necesario, aunque si llovía la cosa se complicaría. El espectáculo de los pequeños cuadros de infantería vistos desde las ventanas de los pisos superiores, sería todo un espectáculo, y así se lo trasmitieron más tarde algunos vecinos al orgulloso abuelo. Lo primero era diseñar el campo de batalla al detalle, lo más parecido a la realidad, pero con algunas pequeñas licencias que se permitían los dos amigos.


No se podía elevar el suelo del patio para emular la el terreno de Waterloo, pero siempre un par de libros de enciclopedia podían servir de escondrijo para el Alto Mando de Wellington, o sea, el listillo. No hubo ningún río en la batalla verdadera, pero eso daba igual, una batalla sin río que dividiese el campo de ambas fuerzas, dándole más emoción al juego, no era una batalla en condiciones. Una caja de palillos planos (aquellos mondadientes de los bares de antaño), trazarían el sinuoso afluente del río. El paso entre ambas orillas sería a través de ese puente usado otras veces, una simple madera con dos pequeños listones clavados sobre ella, que hacían las veces de pretil. A pesar del río, una parte del campo debía permitir que ambos ejércitos estuviesen frente a frente. Ahí es donde el listillo propuso colocar la famosa granja donde se hicieron fuertes los británicos. Para su especial Waterloo, el listillo y el chaval dispusieron que ninguno de los dos ocupase Hougoumont al principio, sería para el primero que llegase con sus fuerzas, lo que hacía más equilibrada tácticamente la disposición inicial del juego. Para construirla, el listillo tenía un edificio estilo granero de una maqueta de tren de marca alemana, que por aquellos tiempos eran de importación y que su abuelo, cómo no, le había comprado para su diorama. El granero de la maqueta serviría de edificio central, a lo que añadieron un par de casas del Ibertren (algo más cutres), mientras que el muro lo hicieron con pinzas de la colada. Finalmente añadieron algunos árboles, también del Ibertren, pegados con plastelina, formando un pequeño bosque donde se situaría el Alto Mando Francés, con el Gran Emperador al frente. El terreno estaba preparado.


Ya sólo faltaba establecer unas normas de victoria, los puntos a ganar por cada cañón capturado, por cada bandera ocupada, por cada líder abatido. La victoria podría darse de varias formas: total, aniquilando al ejército del contrario, algo difícil de conseguir; por puntos, sumando las pequeñas victorias parciales (banderas capturadas, cañones destruidos o capturados, jefes abatidos); o bien, si caían Wellington o Napoleón, supondría el final de la partida. En esta última condición de victoria surgió un contratiempo: había una figurita a caballo de la infantería británica de la Guerra de Independencia Americana, que pasaba por Wellington. El grave problema es que no había ninguna figura de Napoleón, por lo que el chaval tendría que usar otro soldadito que pasara por él. El listillo sentía que jugaba con ventaja, y eso era algo que no quería aceptar de ninguna manera. Tiempo atrás, estando ambos en una conocida tienda de maquetas y trenes eléctricos del centro, vieron una figura de 1:72 (la escala de soldados que los dos amigos usaban) que representaba a Napoleón a caballo. Estaba pintada y no escatimaba ningún detalle. A los dos se les caía la baba con la figura, pero era muy cara. El chaval no tenía dinero para comprarla y sabía que su padre no le iba a dar un duro para algo semejante. Así que el día de inicio de la gran batalla, asumiendo el chaval que de Napoleón haría otra figura, la sorpresa se produjo en forma de regalo: el abuelo, a iniciativa del listillo, había comprado la figura, a Napoleón en su caballo blanco, imponente, con su uniforme fielmente pintado.


-No va a luchar contra Wellington el primer desarrapado que pilles, le dijo con sorna el listillo.


En la mirada del chaval el agradecimiento se veía reflejado de manera infinita.

Ambos amigos ya tenían a sus dos grandes líderes: Wellington y el Emperador, frente a frente. Todo estaba preparado para el gran enfrentamiento.


Los vecinos de los primeros pisos fueron testigos de la colocación de ambos ejércitos. Cada uno dispuso a sus tropas en el campo de batalla. Para que ninguno jugase con ventaja, y adivinase la estrategia del otro, colocaban cada cuadro de soldados al mismo tiempo, impidiendo hacer cambios según donde ubicase las tropas el contrario. Les llevó todo un día de preparación, que era otra de las partes que más disfrutaban del juego. Al terminar la colocación de los cientos de soldaditos, emulando las formaciones de aquella época, con todos esos cuadros y líneas de infantería y caballería, les entraba a los dos chavales ganas de tocar nada, ni siquiera de empezar a jugar, de dejarlo así para siempre. Lástima que no tuvieran una cámara como las de hoy en día que inmortalizase semejante momento.


El primero de julio, con todas las vacaciones por delante, poco antes del mediodía, se iniciaron las hostilidades. La granja era el primer objetivo: al chaval le tocó mover, así que adelantó sus cuadros de infantería en dirección hacia tan estratégico fortín. Con el metro movió tres unidades de movimiento, unos tres centímetros. Sin embargo, se dio cuenta de que sus cañones los había colocado demasiado lejos para hacer blanco en la infantería británica, colocada detrás de la granja. Tendría que mover esos cañones ayudándose de los carros, por lo que perdería un par de turnos en hacerlo. “Estúpido”, se llamó así mismo el chaval.


El listillo, dándose cuenta del error de su oponente, casi de novato (no se pueden poner tan lejos la baterías), hizo un movimiento que sorprendió al chaval. En vez de avanzar sus cuadros completos de infantería, movió sólo las primeras filas, en dirección a los cuadros franceses. También disparó una parte de sus baterías, que abatieron varias de las filas francesas, y luego, el resto de cañones los movió con ayuda de los carros, en dirección a la granja. El chaval no entendía lo que pretendía su rival. ¿Por qué mover los soldados en pequeños grupos? Como era de esperar el chaval puso objeciones al movimiento, pero el listillo argumentó que no habían establecido ninguna regla en el que se prohibiese mover las unidades por filas, o en pequeños grupos de soldados. Tras unas palabras de más, el chaval tuvo que callarse contrariado, lo cierto es que el cabroncete del listillo tenía razón.

Finalizó el primer día de batalla, y las cosas no fueron bien para los franceses. Las pequeñas unidades británicas del listillo se colocaron en los flancos de los grandes cuadros franceses, diezmando sus fuerzas, dando tiempo a los cañones británicos a atrincherarse en la granja y empezar a batir la retaguardia francesa. Llegada la noche, las cosas no iban bien para el chaval. El listillo le había diezmado su infantería del flanco de la granja, y también la había destruido un par de cañones y capturado otro par, gracias a pequeñas escaramuzas. No esperaba el chaval esa táctica guerrillera, por ese motivo se fue enojado a casa. Aunque las reglas no lo prohibían, parecía una táctica poco honorable.


Al día siguiente, el chaval estaba dispuesto a dar la vuelta a la situación. Se había obsesionado demasiado con la ocupación de la granja. Ese flanco sólo iba a darle más disgustos, así que tendría que centrarse en el resto del campo de batalla. Al fin y al cabo, aún contaba con superioridad de cañones y caballería, hasta que entrasen en juego las tropas prusianas. Tenía turnos por delante para machacar a Wellington. Y eso hizo. Se resguardó de seguir atacando Hougoumont, concentrando el fuego de artillería pasado el puente. Contraatacó usando las mismas armas del listillo: el chaval mandó pequeños grupos de caballería que atacaban y fustigaban la retaguardia británica. Consiguiendo, además, capturar tres cañones. Ahora era el listillo quien se cabreaba, para regocijo del chaval. Además, disponía de más caballería que los británicos y no cometió el error del mariscal Ney en la batalla verdadera, cuando envió a la muerte a toda la caballería francesa en aquella loca y épica carga contra los cuadros de infantería escoceses.


Acabó el segundo día. La contienda estaba equilibrada. Al día siguiente podrían suceder dos hechos vitales en el devenir de la batalla: la posible carga, ahora sí, de la caballería francesa, y la entrada en juego de los prusianos. Sería el día decisivo.


Continuará…



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