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  • Foto del escritorGonzalo Visedo

Mi gran noche

1) La expectativa


La Caligari FilmBühne estaba llena a reventar, el ambiente era el de las mejores ocasiones, si supiera cómo son las mejores ocasiones en una sala de cine alemana como es la Caligari, pero desde luego no se veía ningún hueco en el patio de butacas, lo que parecía el preámbulo a una gran noche, más bien, mi gran noche. Se puede decir que Wiesbaden respondió a la llamada del Séptimo arte: jóvenes y menos jóvenes, modernos y menos modernos, hipsters y menos hipsters, incluso gente normal, además de cinéfilos, que son una especie aparte, reconocibles porque dan la mano blanda y tienen caspa en la hombreras. En resumen, gentes llegadas de todos los rincones del estado de Hesse, donde se celebraba la 28 edición del Exground Filmfest. Y ahí estaba yo, un tipo del barrio de Tetuán –eso no significa que sea un tipo de barrio—, a punto de que todos comieran de mi mano gracias a un cortometraje que les iba a cambiar sus vidas.


Junto a mí, esperando salir al escenario, se encontraba Juana Acosta, la bella actriz colombiana de ojos rasgados, afincada en Madrid desde hace tiempo, que ha participado en series y películas españolas, como la que se proyectaba esa noche. A su lado estaban la no menos bella Adriana Ugarte, que charlaba animadamente con Carmelo Gómez, Samuel Martín y Andrés Luque, estos últimos directores de la película “Tiempo sin aire”, película española que trata del conflicto colombiano. Les saludé protocolariamente, cuando Andreas (el director de programación del festival) nos presentó, y permanecí callado a un lado. Los nervios iban por dentro, se palpaba el aire de las grandes ocasiones, quién iba a decir que nuestra filmografía, tanto de corto como de largo, despertase tanta expectación. Teníamos que decir unas palabras para presentar ambas películas, yo sería el primero, al ser “Anywhere” el cortometraje elegido para proyectar como antesala del largometraje, como en los viejos tiempos de las salas de cine, donde los cortos eran el preámbulo a las películas, y no un bloque insoportable de trailers cortados por el mismo patrón y que te cuentan media película.


Cuando supe de mi selección semanas atrás, al principio iba a declinar la amable invitación que me hicieron desde el Exground Filmfest para que presentase mi pieza en persona, especialmente por cuestiones de trabajo. En el organismo público en el que acabo de empezar a trabajar como subcontratado no sé cómo verían que me tomase dos días libres llevando apenas mes y medio en el nuevo puesto, pero en el fondo eran dos días de mis vacaciones, así que por qué no irse a Wiesbaden con los gastos pagados (salvo el avión) y darse un baño de masas teutónicas.


Además, me quise preparar a fondo mi presentación, así que un compañero del trabajo (Jorge), que estudió en el colegio alemán, me ayudó a traducir mi inicio de la presentación buscando alguna gracia, aunque luego mi corto da todo, menos risa, pero ésa es otra historia. Ya por la mañana, cuando nos recogieron en el Aeropuerto de Frankfurt (me acompañaron estos días Óscar y Bea, una pareja amiga mía), camino de Wiesbaden, pude soltar a Fiona –una de las chicas de la organización, pelo cortito, gafitas de pasta, espigada, tanto que me sacaba una cabeza, y eso que yo mido 1,80, altura que allí parece sinónimo de bajito– mi peculiar intervención, consiguiendo de ella una carcajada, lo que no podía ser mejor inicio.


Andreas, el director de la programación del festival –un tipo de pelo largo, gafas de metal, calvo por arriba, aspecto despistado, con cierta desgana en el vestir, un cinéfilo sacado de una filmoteca de los años 80— hizo la presentación: primero habló del largometraje que iban a proyectar (como es lógico), presentó a los directores, los actores, pero también me presentó como el director del cortometraje que iba a ponerse como aperitivo. Por fin me cedió el micrófono, tenía unos minutos antes de que mis compañeros hablasen de su película, así que me arreglé la chaqueta y polo negro que estilizaban mi contundente figura, y empecé mi pequeña alocución:


- Guten Abend. Danke. Thank you. Ich bin sehr froh hier zu sein. Mein Deutsch ist ein wenig eingerosted... (o sea: Buenas noches. Gracias. Gracias. Estoy muy contento por estar aquí. Mi alemán está un poco oxidado...)


De pronto, una carcajada invadió toda la sala, incluso se escapó algún aplauso, lo que provocó el giro inmediato de cabeza de Juana hacia mi grácil persona, pero yo seguía con mi presentación sin inmutarme:


- So, if you do not mind, I will continue in English, which is also eingerosted. It is the first time I go out of Spain with one of my short films. It is an honor to be here and also in the name of the of crew and casting of Anywhere. This last shortfilm has been a technical and visual challenge, a sequence shot of twuelve minutes. I hope enjoy it. Thank you and Danke. (o sea: Así que si no les importa, sigo en inglés, que también está un poco oxidado. Es la primera vez que salgo de España con uno de mis cortometrajes. Es un honor estar aquí, también en nombre del equipo técnico y los actores de Anywhere. Este último cortometraje ha sido un desafío visual y técnico al ser un plano secuencia de doce minutos. Espero les guste. Gracias. Gracias)


Luego vino la presentación de la película, aunque la verdad es que ni me enteré de lo que decían con el subidón de adrenalina que supuso mi pequeño monólogo. Incluso Carmelo me felicitaba por mi alemán. Terminado el corto, hubo aplausos, aunque la mayoría se quedaron adheridos a la butaca tras lo que acababan de contemplar. Luego comenzó “Tiempo sin aire”, que también se llevó muchos aplausos al terminar, aunque yo estaba en mi mundo. Tras la proyección, la organización nos llevó al Casino de Wiesbaden, uno de los más bellos de Europa, o eso dicen, aunque la verdad es que una vez paseas por debajo de sus bóvedas de madera, comprendes que Dostoyevski perdiera el juicio (era uno de sus visitantes más asiduos, junto con Richard Wagner), además de 3.000 rublos de oro, lo que trajo como consecuencia su famosa novela “El jugador”; en fin, así somos los que contamos historias, nos bañamos en nuestras desgracias, aunque no es mi caso, claro... ejem.


Como ven fue una noche de triunfo, en la que la gente se acercaba a felicitarme por la angustia que les había producido mi pequeña y compleja obra de suspense; luego estuve compadreando en inglés con más invitados del festival, con los otros directores (que también me felicitaban), y por supuesto con Juana, que me ponía ojillos. Carmelo Gómez flipó con la calidad técnica del corto, y también me felicitaron con la boca pequeña (somos así de envidiosos los cineastas) los directores de la película. Fiona fue la última en agradecerme haber venido en persona a presentar el cortometraje que iba a cambiar el panorama del thriller inquietante de los próximos años, pero Juana se sintió algo celosa, e intervino en la conversación, analizando cada detalle del plano secuencia. Uno no está acostumbrado a tanto agasajo, especialmente de bellas damas, así que no podía defraudarlas y me llevé a las dos a jugar a la ruleta. Aposté la ficha que nos regaló gentilmente el festival, y como seguía en racha, la bolita quiso terminar en el número que había apostado, es decir, el 23 rojo. Con el dinero ganado, invité a unas copas a Juana, a Fiona, y a mis amigos. Las dos ya me agarraban de la cintura, presagiando una noche apoteósica, la cosa se ponía interesante cuando…


- Alo, so what do you want?— la camarera de pelo de colorines, con gesto de pocos amigos, me preguntaba por tercera vez qué coño quería, haciéndome volver a...


2) La realidad


- “Two beers and white wine”— le respondí saliendo de mi estado catatónico, mientras la chica moderna de la barra se alejaba maldiciendo en alemán.


Me encontraba en la barra que el Exground Filmfest monta en el hall de la sala de cine Caligari, un cine algo vetusto, pero con cierto aire de cabaret berlinés previo a la guerra, con ese rojo chillón que tanto me llamó la atención cuando vi la web en el correo en el que me felicitaban por la selección del corto. Ser programado antes de la proyección de una película era un buen síntoma, aunque ésta no tuviera demasiado éxito en nuestras pantallas, como tantas otras que pasan desapercibidas y apenas duran dos semanas en cartelera, el destino de muchas películas patrias.


Como era pronto, mis amigos y yo nos animamos a entrar y ver algunos de los cortometrajes a competición que se proyectaban previos a mi sesión. La sala tenía en la parte posterior de los asientos una pequeña barrita donde se podían apoyar bebidas, así que podías tomarte tu cerveza (o lo que quisieras) tan ricamente. Lo cierto es que no prestaba demasiada atención a los cortos que se proyectaban, la mayoría experimentales, cargados de silencios, momentos oníricos, surrealistas. El grupo de cineastas que los habían realizado estaban en las primeras filas, e iban saliendo tras la proyección para responder a las preguntas de los distintos presentadores que se alternaban en el interrogatorio.

Se puede decir que mi cabeza estaba, más que en averiguar el motivo de los silencios, los momentos oníricos o el porqué de ese ruido experimental (e insoportable), en intentar memorizar mis dos frases en alemán con las que pretendía ganarme al público, o más bien, hacerme el graciosete. El “Froh hier zu sein” se me atascaba, pese a que mi compañero me lo escribió fonéticamente para que me entrase en mi cada vez más obtusa (y oronda) cabeza, llena de lagunas mentales del tamaño del lago del Retiro, con patos y todo.


Óscar y Bea alucinaban con los cortos que veían y me preguntaban si yo iba a competición. Les expliqué que a mí me habían seleccionado sólo para proyectarlo antes de la película. Aunque me fastidiaba no competir, ni estar con el resto de directores, proyectar antes de una película siempre es lo deseado, porque al menos ya tienes al público presente. Pero de alguna forma, empecé a sentir que me habían invitado para hacer de relleno.


Por fin terminaron los cortos a competición, la sala estaba bastante llena, así que yo esperaba que, pese a ser un día laboral, las diez de la noche, y estar en la “locomotora” alemana, se quedaría bastante público, especialmente con el interés de ver la película. Pero hete aquí mi sorpresa cuando veo que, nada más terminar la sesión a competición, la sala se vació por completo, quedándome yo, con mis dos amigos, y unas pocas personas más.


Se oía el ruido de la gente que estaba en el hall.


- Como son así de organizados, habrá que salir y entrar de nuevo, dar los tickets, volver a entrar, debe ser eso— pensé desde mi ingenua perspectiva mediterránea.


Mis pareja de amigos y yo nos acomodamos en las primeras filas, para no molestar a la gente cuando me llamasen a presentar. Pero veía que nadie entraba, sólo una chica rubia muy sonriente, que al llegar a la puerta del cine nos saludó con un “hola” en perfecto español, y que se sentó en las primeras filas. La gente se quedaba en el hall, todos comentando la sesión anterior, cuando entró Andreas, con sus gráciles pelos al aire, su jersey verde dado de sí, micro en mano, ya dispuesto a empezar la proyección. Por supuesto, sin noticias de Juana, Carmelo, Adriana, por no decir de sus dos directores. En una sala que podría tener capacidad para medio centenar de personas (contando los anfiteatros), debían de haber siete u ocho personas mal contadas, sin incluirnos a nosotros.


- Señor, ¿por qué cojones me haces estas cosas a mí? ¿Qué coño te he hecho? ¿No podrían haber entrado todos después de tragarse existencialismo en vena, buscando adrenalina de la buena? ¿Qué les cuesta poder descubrir una filmografía tan exótica como la española? ¿Por qué me queda tan prieta la chaqueta y por qué cosen los putos bolsillos?— pensé trascendentalmente para mis adentros.


Andreas agarró el micro y empezó a hablar en inglés de la película “Tiempo sin aire”.


- Froh hier zu sein, froh hier zu sein, froh hier zu sein ¡No puedo decirlo mal, aunque no haya ni Dios en la sala!!— continuaba con mi monólogo interior a lo Martín Santos.


Tras explicar un poco de lo que iba, el director de programación del festival se disculpó diciendo que nadie del equipo técnico y artístico de “Tiempo sin aire” habían podido venir (se lo olían, los cabrones), pero que, sin embargo, era un placer contar con el director del cortometraje que se proyectaría previamente...


- Froh hier zu sein, froh hier zu sein…— continuaba yo repitiendo una y otra vez para mis adentros.


Hago aquí una pausa, querido lector, para, a continuación, invitarle a que retrotraiga su mente, o haga trabajar a su memoria, sino la tiene muy dañada (tampoco me voy a poner exigente), a alguno de los momentos más ridículos que haya sufrido en público a lo largo de su fructífera (o penosa, eso ya que cada uno vea cómo le ha ido) existencia sobre el planeta Tierra, si es que tuvieron alguno, porque hay gente para todo, que salen indemnes allá donde pisan y no han hecho el ridículo en su vida, y encima seguro la tienen grande... la suerte, quiero decir. Piensen en ese momento bochornoso en que quisieron hacerse pequeños, minúsculos, pitufillos de la vida, donde la expresión “¡¡Tierra trágame!!” era poco para explicar semejante ridículo, más bien debía ser: “¡¡Tierra trágame y luego vomítame!!” ¿Se ponen en situación? Bien, pues ya pueden seguir.


Tras decir Andreas mi nombre, nadie aplaude, y en esto que me levanto de la butaca, así con mi chaqueta prieta que casi explota debido a mi pequeño problema de retención de líquidos (y los aperitivos con patatas fritas), levantando la mano de manera estúpida para ser localizado, como si volviera a estar en el colegio de curas cuando pasaban lista, pensando que el bueno de Andreas tendría dificultades para localizarme en una sala más desértica que el Gobi. Y es entonces, en pleno movimiento de incorporación desde el asiento, cuando la pequeña melena al viento del presentador friki se giró hacia otro lado y se marchó hacia la puerta de salida pensado en sus cosas, dejando plantado al tipo gordo, vestido de negro, con chaqueta a punto de explotar, recién llegado del país donde la gente tira las cosas en el suelo del bar, todo ello mientras las luces se apagaban... Memorable.


Por suerte, tuve el resorte de volver a sentarme a toda velocidad, aunque me vieron los siete u ocho que estaban en la sala, y quizás también debieron ser testigos mis antepasados, toda una estirpe de “Visedos” que, si no tenían nada mejor que hacer esa noche en el Más allá (es lo que tiene la Eternidad, que te deja demasiados ratos libres), quedarían encantados con la herencia de sangre de tan insigne apellido. Incluso mi amiga Bea me dijo al día siguiente que le había despertado tanta ternura, que le entraron ganas de abrazarme... En fin.


Al terminar de pasar los últimos créditos de mi corto, mis negros pensamientos estaban entre “¿Qué demonios había hecho con mi vida?”, o “¿Por qué cojones seguía haciendo el canelo?”, o incluso un “¿Por qué no me habré dedicado a algo serio de verdad tipo probador de tuercas, o mejor, fresador, que en su día eran los únicos empleos que salían en los anuncios por palabras?” Mi amigo Óscar, para no quedar yo en nivel cagarro de perro en plena acera, fue el primero que se puso a aplaudir una vez terminó el cortometraje, a lo que le siguieron varios aplausos dispersos, aunque no con muchas energías, la verdad. Se encendieron las luces, en ese instante envidiaba a las cucarachas por esa endiablada capacidad que tienen para escabullirse a toda hostia, salvo cuando las pisan, claro.


Andreas entró de nuevo con su caminar cansino, situándose frente a la primera fila, micro en mano, para someterme al cuestionario de rigor. En la sala permanecían las siete u ocho personas, pero tenían caras de querer ir a tomarse una cerveza, como mínimo. Mi mente, ya resignada, estaba en blanco, en Marte, o mejor en Murcia, pero no estaba en Wiesbaden, ni preparada para someterse a un interrogatorio en inglés. Pero como Dios odia a los cobardes, no me iba a dejar amedrentar tan fácilmente.


Empezó preguntándome por las motivaciones para hacer semejante corto. Como yo no estaba para mucho, le respondí que el desempleo, luego que la necesidad de hacer algo, y si finalmente no dije que para perder peso, me faltó poco, pero no lo puedo garantizar porque aquellos momentos son para mí recuerdos parecidos a una densa neblina londinense en la etapa victoriana en Technicolor de la Hammer. No se le podía negar el interés que Andreas ponía a que hubiera debate. De hecho, me dijo que había visto mi obra anterior (Tchang), algo que me animó, aunque sólo alguien así, es decir, un friki del cine, podría conocerlo, sobre todo teniendo en cuenta que el trasfondo político (ETA) no es algo muy conocido fuera de España. Pero ni con ese interés por mis historias, pude ya quitarme de la cabeza el momento “Chiquito en la oscuridad” de unos instantes antes. También me atasqué con mi inglés en varias ocasiones, ya que no tengo mucha oportunidad de practicarlo en mi vida diaria, así que, como no hay dos sin tres, y uno es de los que tropieza dos veces en la misma piedra, pero además dejando socavón, hablando sobre el tema del corto (no puedo contar mucho, pero hay una violación), solté un “violation”, olvidando por completo la palabra “rape”, que encima me vino a la mente al salir del cine. Mi amigo Óscar, para quitar hierro al asunto, me dijo que si a continuación de decir “violation”, hubiera dicho “violator”, en lugar de “rapist” (violador), sin duda hubiera pasado a la historia del festival... pero nivel mofa olímpica.


Andreas, para rematar, preguntó si alguien tenía alguna duda. Creo que lo hizo por animarme, porque en esa sala lo único que se escuchaba era mi eco, y un moscardón borracho de tiempos de entreguerras. Obviamente los que quedaban en la sala empezaron a levantarse para desfilar hacia la puerta. Ya fuera, deseando tomar el primer vuelo para España y recluirme bajo mi cama durante un mes, se acercó una chica rubia llamada Tanja, la misma que nos saludó con un “hola” en la puerta, para decirme que le había gustado mucho el corto, que además lo había comprendido (¡Gracias Dios mío!), sobre todo al haber vivido en Madrid, que había estudiado Comunicación Audiovisual, que le había encantado el tema técnico. En fin, no hay mal que por bien no venga, encima la chica era guapa, pero creo que demasiado joven para mí. Me agregó a Facebook, y no la volvimos a ver, aunque fue mi principal consuelo, no como cineasta, pero sí al menos como viejo verde.


3) La paja mental


Luego nos llevaron al Casino de Wiesbaden, donde obviamente no gané nada. Cenamos un sandwich reseco, porque todo era muy caro, y apenas congenié con el resto de directores a concurso, que no sabían ni quién era yo. Bueno sí, era el relleno para cubrir un hueco.


Con el paso de las horas, me fui recuperando, no era la primera vez que me pasaba algo así en un festival, ni sería la última, aunque espero no volver a repetir un “Chiquito en la oscuridad”. Al fin y al cabo, fracaso o no, lo importante es que llevaba unos años sin poder salir de España por falta de dinero, motivado por la falta de trabajo, y este festival me dio la ocasión. Además, he podido conocer Wiesbanden, que es una ciudad que merece la pena, y Frankfurt, que es la sede del Banco Central Europeo, además lo hice con un tiempo del demonio, lo que me hizo acordarme del Castillo de Drácula cuando vi el enorme signo del Euro que adorna la entrada a la dicha institución, tan querida por todos. Y para terminar, la gente del Exground Filmfest se portaron muy bien con nosotros, e incluso invitaron a la habitación de mis amigos al terminar nuestra estancia, algo que no tendrían que haber hecho, salvo que yo les diera una pena infinita... espero que no.


Y es que, como dice sabiamente mi buen amigo Óscar: “toda expectativa excesivamente sublimada, es un boleto para la decepción”. Tengo que dejar de hacerme pajas mentales.


© Gonzalo Visedo



La expectativa de mi gran noche

La realidad de mi gran noche

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