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  • Foto del escritorGonzalo Visedo

Todo va bien

No sé ustedes, pero servidor, que ya va peinando canas (¿en qué zonas de mi hinchado cuerpo salen?, ahí sólo puedo decir que la naturaleza es caprichosa…), sigue recibiendo puntualmente cada verano, por parte de mi venerable, anciana, y algo dura de oído madre, la llamada a mitad de camino de la playa para decir que han parado a comer y que todo va bien. Ya sé que suena absurdo encontrar literatura en algo así, pero las conversaciones con mi venerable a través del teléfono pueden ser tan elevadas (literal) y metafísicas como Los diálogos de Platón, versión para sordos.


Verán, mi padre, en su lecho de muerte, nos hizo prometer a todos los hermanos (bajo amenaza de aparecerse de manera espectral recitando la alienación del Madrid Ye-yé el resto de noches que nos quedasen de vida) que nuestra madre debía tener cada año sus merecidas vacaciones de verano en la playa. Luego no mencionó nada acerca de desearles éxitos ni futuros parabienes a sus vástagos, llámense logros profesionales, llámese imputaciones por defraudar a Hacienda, algo a lo que cualquier persona con verdadera ambición debería aspirar. No, mi padre, ahogado en los dos millones de cigarrillos que debió fumarse desde su más tierna infancia, sólo tenía esa inquietud antes de abrir la puerta al hombre de la guadaña. Y lo cierto es que tenía razón, al fin y al cabo mi venerable madre era la clásica ama de casa a la que tocó vivir unos oscuros tiempos pretéritos en los que su máxima aspiración solo podía ser la procreación o preguntar al marido qué tal había quedado la tortilla francesa. Por eso, los hermanos, que no solíamos estar de acuerdo en casi nada, nos propusimos que al menos en esto debíamos cumplir. Por este motivo, mi madre siempre ha tenido sus dos o tres semanas para descansar, en la playita, a ser posible.


Debo decir que de los tres hermanos, el que lo tenía fácil para incumplir esa promesa era yo: inestable laboralmente, inestable emocionalmente, inestable socialmente, inestable inmobiliariamente, inestable intestinalmente, a lo que hay que unir no tener familia debido a una soltería cincelada en mármol, además de no poseer vehículo alguno. Por tanto, lo del destino estival (el pantano de San Juan no lo vamos a considerar playa, no me sean listos) resultaba algo complejo. Así que han sido mis hermanos quienes se reparten cada verano a mi venerable en sus destinos de veraneo con sus familias respectivas. Como, además, los hijos que tienen son mayores, es más fácil de encajar para mi madre, a la que cuidan al detalle en los días en que sale de su rutina invernal para pasar a la rutina estival.


Pero como les decía, si hay algo que es un clásico estival, más allá de la canción del verano, la invasión de medusas y los estúpidos cuestionarios veraniegos a famosos en las contraportadas de los periódicos, es la puntual llamada de mi anciana madre camino de la playa. ¿Y cuál es el problema? Ninguno, pero como usted, perspicaz lector, se habrá dado cuenta, si revisa el principio de este ridículo, a la par que innecesario texto, describí a mi venerable y anciana madre con un tercer epíteto: dura de oído. A continuación, les pongo un ejemplo:


Un hombre de mediana edad y problemas de sobrepeso camina jovialmente por la calle, cuando de pronto suena el móvil…


– Hijo madurito: ¿Sí? – Venerable y anciana madre: ¿Oyee? – Hijo madurito: ¿Mamá? – Venerable y anciana madre: Hijo – Hijo madurito (sube el tono de voz): ¿Me oyes? – Venerable y anciana madre: ¿Oyeee? No te oigo – Hijo madurito (en tono de voz alto): ¡¡Ponte el sonotone!! – Venerable y anciana madre: ¿Sí? – Hijo madurito (mismo tono elevado): ¡¡¡Que te pongas el sonotone si no esto es imposible!!! – Venerable y anciana madre: Ya sabes que me molesta el sonotone para hablar por el móvil. – Hijo madurito (aumentando el tono de voz): ¡¡¡¡LO SÉ!!! ¡¡¡PERO ENTONCES NO ME OYES!!! ¡¡¡PÓNTELO!!


Algunas personas se vuelven al escuchar al hombre maduro, con problemas de retención de líquidos, hablando en tono fuerte.


– Venerable y anciana madre: ¿Me oyes? – Hijo madurito: ¡¡¡TE OIGO, PERO TÚ A MÍ NOOOO!!! – Venerable y anciana madre: Hay un poco de ruido aquí. – Hijo madurito (empezando un poco a desesperar): ¡¡¡YO TE OIGO PERFECTAMENTE PERO TÚ A MÍ NO!!! ¡¡¡PONTE EL SONOTONE!!! ¡¡¡MAMÁ, QUE TODO EL MUNDO ME MIRA!!! – Venerable y anciana madre (A una tercera persona, probablemente la hermana): Yo creo que no me oye. – Hijo madurito: ¡¡¡¡QUE TE OIGOOOOOOOO!!!!!

Las personas cercanas al hombre ancho de caderas empiezan a inquietarse… no saben si llamar a las autoridades.

– Venerable y anciana madre: ¿Oye? – Hijo madurito (hundido en la desesperación): ¡DIMEE! – Venerable y anciana madre: Que hemos parado a comer. – Hijo madurito (ni Tarzán): ¿Y QUÉ TAL TODO? – Venerable y anciana madre: (De nuevo a terceras personas, quizás los sobrinos): Yo creo que no me oye. – Hijo madurito  (aplastado por la miseria existencial): ¡¡¡¡QUE TE OIGO!!! ¡¡¡SEÑOR, AYÚDAME!!!! ¡¡¡HAZME UNA SEÑAL Y AYÚDAME!!!!!


Los viandantes huyen ante el más que factible atentado salafista…

– Venerable y anciana madre: Oye, mira, que luego te llamo que hay algo de ruido por aquí.


Y yo, que sí que oigo, noto como mi madre cuelga.




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